2009/05/15

090515 . EL BIOPODER



  • El biopoder
  • El Diario Vasco, 2009-05-15 # Santiago Eraso
El filósofo francés Michel Foucault se refería al biopoder como la capacidad de los Estados modernos para explotar numerosas y diversas técnicas para subyugar los cuerpos y controlar la población. En sus certeros análisis de las relaciones entre poder y saber, describe con minuciosidad las diferentes tecnologías de dominación y modos de gobierno aplicados a la subordinación de los sujetos.

Esta estrategia de dominación convierte la vida en objeto administrable en manos del poder. No sólo aquella parte que cedemos, más o menos voluntariamente, para convertirnos en seres sociales: la familia y la escuela (educación), la fábrica (el trabajo), el hospital (la salud) o la prisión (la ley), sino toda la vida plena.

Las sociedades de control que habitamos han ampliado hasta tal extremo su supremacía que nada queda a resguardo de ser intervenido. Es decir, se trata de producir cuerpos dóciles y fragmentados mediante la disciplina, la vigilancia y la intensificación de nuestro rendimiento, llegando hasta la extenuación de nuestras fuerzas y, por tanto, impidiendo cualquier tipo de rebelión.

Los comportamientos de integración o de exclusión social son, de este modo, cada vez más interiorizados por nosotros mismos sin que, necesariamente, haya medidas coercitivas explícitas.

Tan solo, autorregulación, autocensura, autolimitación y, por tanto, autocontrol. Formas sofisticadas de subordinación de nuestra autonomía.

En su texto "Vigilar y castigar" Foucault sugiere que en todos los planos de la sociedad moderna existe un tipo de prisión continua. Todo está conectado mediante la vigilancia mutua de unos seres humanos por otros, en busca de una normalización generalizada. El delincuente se define en oposición al ciudadano normal, como el loco, el maleante, el malvado y, finalmente, como el anormal.

Nuestra integración en la vida social normalizada exige que abandonemos nuestra libertad en manos de un Estado que nos protege de todas las amenazas.

Por lo tanto aceptamos vivir en un interior controlado, resguardado de toda exterioridad extraña y aceptamos sin rechistar cualquier norma, por muy estentórea que nos parezca, puesto que nuestra legalidad puede ser puesta en cuestión en cualquier momento.

La suspensión de nuestras garantías jurídicas es la amenaza que se esgrime para amedrentarnos y obligarnos a aceptar nuestra condición de ciudadanos dóciles. Sumisión a cambio de seguridad.

  • La sociedad terapéutica
  • El Diario Vasco, 2009-05-08 # Santiago Eraso
Judith Butler, en su último libro traducido al castellano –“Vida Precaria”-, nos indica que después de los atentados del 11 de Septiembre de 2001 contra la Torres Gemelas de Nueva York el mundo se transformó. Los Estados aumentaron el discurso proteccionista, los nacionalismos reafirmaron sus posiciones, se extendieron los mecanismos de vigilancia, se suspendieron muchos derechos y se desarrollaron todo tipo de formas explícitas e implícitas de autoritarismo.

En la certeza de que todos éramos objetivo militar, nuestra vulnerabilidad quedó expuesta y en consecuencia aceptamos que, de alguna manera, nuestro miedo fuera gestionado o regulado por el nuevo orden internacional. Pasamos a ser objeto del terror pero, a la vez, sujetos sospechosos y, por tanto, cualquier norma de seguridad se imponía a nuestra libertad: el control total de nuestras vidas.

Las medidas de vigilancia que se establecieron desde entonces en los aeropuertos son tan solo una muestra de esa estrategia de protección y control. A la vez, han surgido por doquier múltiples formas de internamiento, que se utilizan para segregar a los “extraños” y garantizar que su circulación quede intervenida en función de su condición equívoca, enferma o anómala.

La gripe porcina nos ha vuelto a instalar en la alarma internacional. La directora general de la OMS nos aseguró hace unos días en una afirmación atrevida que todavía no había llegado el fin del mundo. Antes fueron el virus VIH, causante del sida, el Ébola o el “mal de las vacas locas”. En este sentido, la metáfora vírica es la más adecuada para representar ese miedo global. La forma de transmisión más eficaz para mostrar la vulnerabilidad del mundo y, por tanto, para instaurar la cultura terapéutica como la institución de un nuevo régimen de control social. Esta nueva forma de organización mundial, con sus mascarillas protectoras, controles ciudadanos, encierros, aislamientos y cuarentenas, pone a funcionar un dispositivo de vigilancia, en cierto modo coercitivo, pero que no necesita del castigo porque se basa en el cultivo de la propia impotencia, en un mundo percibido como creciente amenaza.

La incertidumbre y la inseguridad exponen al individuo a sus múltiples carencias y lo sitúan como objeto de innumerables peligros. Marina Garcés señala este miedo como la principal arma de la sociedad terapéutica: el miedo que nos tenemos a nosotros mismos cuando no seguimos las pautas que nos ofrecen los terapeutas, en todas sus formas y acepciones.

La categoría de biopoder fue descrita por el filósofo Foucault como la estrategia mediante la cual el poder se hace cargo de la vida para garantizar la plena regulación de nuestra seguridad, siempre con la finalidad de garantizar la disciplina y, por tanto, aumentar la productividad. Se trata de sujetar la vida para no liberarla, de gestionar su equilibrio precario para no cambiarla. Es el triunfo de la autolimitación que, por supuesto, no nos invita a transformar el mundo sino simplemente a sobrevivir.

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